Pocos creadores han sabido reflejar con tanta maestría, en el teatro y en el cine, el alma femenina como Ingmar Bergman.
En películas, que ya han pasado a la historia del cine como Persona, Pasión o Gritos y susurros, el director sueco supo mostrar los anhelos y los miedos más íntimos de las mujeres en un acercamiento, en una disección, muy difícil de lograr para un hombre.
Dentro de esa exploración, Bergman no podía eludir el tratamiento de las siempre complejas relaciones entre madres e hijas.
En ese territorio minado de amores y odios, de rebeldías y mutuas dependencias, de reproches y de cariños se adentró el artista en Sonata de otoño, el filme que dirigió en 1978, cuando el maestro ya contaba con 60 años de edad.
Nada más y nada menos que Ingrid Bergman -en la única ocasión en que fue dirigida por su ilustre paisano- y Liv Ullmann fueron la pareja protagonista de este psicodrama femenino, que mantiene su interés pese a que en muchos aspectos las mujeres de hoy guardan poca relación con sus antepasadas de hace 30 años.
En cualquier caso, esta historia de una consagrada pianista, que ha desatendido a sus hijas y a su marido en beneficio de su carrera profesional y debe soportar ahora un juicio moral, representa una brillante incursión de Bergman en sus temas más apreciados como el sentimiento de culpa, los lazos familiares o el paso del tiempo.
En cualquier caso, esta historia de una consagrada pianista, que ha desatendido a sus hijas y a su marido en beneficio de su carrera profesional y debe soportar ahora un juicio moral, representa una brillante incursión de Bergman en sus temas más apreciados como el sentimiento de culpa, los lazos familiares o el paso del tiempo.
Tanto le fascinó este argumento al director José Carlos Plaza que no ha desfallecido en su empeño hasta que ha podido montar en un escenario español esta sobria pieza teatral, que él nunca imaginó sin Marisa Paredes y Nuria Gallardo en los papeles principales.
No extraña la insistencia de Plaza en que fueran estas dos actrices las protagonistas, porque esta Sonata de otoño ideada por Bergman descansa totalmente sobre el duelo interpretativo de madre e hija, en especial, en el tramo final de la obra.
Y las dos, cada una en su estilo, brillan a gran altura sin que desmerezca el trabajo de Chema Muñoz y Pilar Gil.
Ha optado Plaza por una muy austera puesta en escena, con un peso muy decisivo para una magnífica iluminación, en un logrado intento de concentrar toda la atención de los espectadores en el texto y en la interpretación.
Ha optado Plaza por una muy austera puesta en escena, con un peso muy decisivo para una magnífica iluminación, en un logrado intento de concentrar toda la atención de los espectadores en el texto y en la interpretación.
La única duda al terminar la representación apunta a la vigencia de la obra de un maestro como Bergman.
Pero ésa ya es una cuestión para que debatan los eruditos.
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